22 de mayo de 2015

1766- LOS CÁTAROS DEL MIDÍ FRANCÉS.

Justamente por tener a buena parte de mi familia paterna en el Departamento francés de Aude, he visitado algunos lugares emblemáticos de esta región, cruzada por el famoso Canal du Midi, vía navegable y turística que conecta el Océano Atlántico con el mar Mediterráneo. Es el canal navegable más antiguo de Europa, construido entre 1666 y 1681, fecha esta última en la que se abrió a la navegación. Son muchos mis sobrinos segundos que viven cerca de este canal  entre Narbona y Toulouse con la particularidad de que sus padres, mis primos hemanos, lo hacen en la localidad de Ventenac de Minervois y a la misma orilla del Canal du Midi.

Sin embargo la entrada de hoy no va de canales, ni de los inmensos viñedos plantados en sus proximidades, sino de los interesantes castillos situados en esta comuna francesa de Aude y lógicamente de los Cátaros, que fueron sus constructores. Su capital y castillo mejor conservado es sin duda el de Carcasona aunque, tal como podemos ver en la fotografía adjunta, Carcasona no es un castillo, si no una ciudad amurallada anterior a los conflictos religiosos que vivió la región en la Edad Media. El Languedoc-Rosellón está plagado de otros muchos castillos que, aunque a su lado insignificantes, cumplieron su cometido de resistir durante décadas el ataque exterminador de la Iglesia Católica; desde Carcasona hasta Perpiñán, en lo que se ha dado en llamar "Le route des cathares".


En los más altos picos de la región, como auténticos nidos de águilas, se elevan los Castillos Cátaros como uno de los mayores atractivos de la zona. No se trata, como algunos dicen, que estemos en el País de los Cátaros porque ellos nunca tuvieron país, pero de esta forma tan inteligente "venden" los franceses al viajero unas románticas ruinas, situadas en bellos paisajes y no pocas leyendas a cambio de sus buenos dineros. Todo es lícito si el despistado turista se lo pasa bien y come mejor, porque dentro de la ruta hay buena comida y mejores vinos. Los Cátaros fue un movimiento religioso de carácter gnóstico nacido en el siglo X en la Europa Occidental y que prosperó entre los habitantes del Mediodía francés gracias a la protección de algunos señores feudales, vasallos de la Corona de Aragón.

Los Cátaros eras auténticos ascetas, vegetarianos y absolutamente castos. Negaban la veracidad del Antiguo Testamento al considerar que Jahvé propiciaba la guerra contra los opositores, además de ser celoso y vengativo, con lo cual solo podía ser el propio Diablo. La creencia de aquellas gentes eran que solo el Cielo y el Alma eran cosa de Dios, mientras que el mundo terrenal y la propia Iglesia Católica eran cosa del Diablo. Naturalmente tales creencias no podían ser aceptadas por los padres de la Iglesia. Es más, había que combatirlas con todas las armas a su alcance y así se lo hizo saber el papa Eugenio III en 1147 mandando diferentes legados, con escaso resultado. En las décadas siguientes hicieron otro tanto los cardenales Pedro de Tolosa (1178) y Enrique de Albano (1181) éste último acompañado de una expedición armada que consiguió tomar la fortaleza de Lavaur, aunque no extinguió el movimiento.


A la llegada al poder del papa Inocencio III en 1198 decidió finiquitar el conflicto por los medios que fuese. Primero por la vía pacífica mediante legados con plenos poderes, pero éstos no fueron reconocidos por los Cátaros ni por los nobles que les apoyaban. Algunos de ellos fueron incluso asesinados. Viendo lo inútil de sus esfuerzos diplomáticos, el papa decretó que todas las tierras ocupadas por los Cátaros podían ser confiscadas y que todo aquel que combatiese contra ellos sería liberado de sus pecados. Las "condiciones" de la Cruzada lograron la adhesión de todos los nobles del norte de Francia que bajaron en tropel, a conseguir nuevas tierras de forma gratuita y, al mismo tiempo, limpiar las almas de sus muchos pecados. Inocencio III brindó el mando de la Cruzada al rey Felipe II de Francia que, aunque declinó participar, sí permitió a sus vasallos unirse a la expedición. 


El resultado fue una auténtica Guerra Civil OccitanaSolo Carcasona logró resistir pero, herméticamente sitiada, finalmente tuvo que rendirse por falta de agua. A diferencia de otros lugares, donde los habitantes fueron exterminados, Carcasona negoció con Pedro el Católico su rendición a cambio de que las gentes pudieran abandonar libremente la ciudad pero, ya dentro, los cruzados actuaron contra los Cátaros que fueron condenados a morir en la hoguera. No hubo perdón para los perdedores. En Béziers todos sus habitantes fueron pasados a cuchillo lo cual despertó un sentimiento de rechazo a la Cruzada entre los poderes occitanos. Más que nunca el pueblo valoraba la pureza de los Cátaros y percibía la maldad de los dirigentes de la Iglesia de Roma. Diferentes poblaciones conquistadas se negaron a señalar y entregar a los Cátaros refugiados entre sus paredes. Los legados del papa amenazaron y pronunciaron sendas excomuniones.


La guerra contra los Cátaros terminó en 1229 con el Tratado de París, por el cual el rey de Francia desposeía a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Trencavel, en Béziers, de la totalidad de los mismos. Se ponía fin a la independencia de los príncipes occitanos, pero no al catarismo. Aquel mismo año y con el fin de extirpar definitivamente la doctrina enemiga de la Iglesia se estableció la Sagrada Inquisición que operó en la región durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV. El 16 de Marzo de 1244 los líderes Cátaros y más de doscientos seguidores fueron arrojados vivos a una inmensa hoguera preparada para tal fin junto a la muralla del Castillo de Montsegur. Se sumó el Papa a estos actos inmisericorde, decretando mediante Bula Ad Extirpanda severos castigos contra todos los que simpatizaran con el movimiento cátaro. Hacia 1330, perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los Cátaros fueron escaseando hasta extinguirse totalmente.

RAFAEL FABREGAT

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